Todos estamos de acuerdo en que el colegio es una etapa fundamental en la vida de un estudiante: pasamos cientos de horas metidos en aulas aprendiendo dónde está el mar de Alborán, cómo analizar sintácticamente una oración o cuál es el hábitat del lince ibérico. Pero lo que realmente distingue a un colegio de otro son las cosas que se escapan del currículo académico, como la historia de estas siete amigas del colegio San Mateo.
Nuestro periplo empieza con la caída de nuestro primer diente y la señorita Clara guardándolo en una servilleta y dándonos un caramelo para que se nos pase el disgusto; con un paraguas de chocolate, el preciado tesoro que el maestro José Luis otorgaba solo a los mejores calígrafos de seis años (cuadernillos Rubio mediante) y con nuestras primeras trenzas que nos enseñó a hacer la señorita Carmen en los recreos de preescolar cuando llovía. No hubiese sido una etapa tan dulce sin Ferrete, el guarda del cole que vivía allí (cosa que nos sorprendía bastante), que se sabia todos nuestros nombres y nos regalaba caramelos a la salida.
Continúa con una enorme rivalidad entre la clase A y la clase B que nos hizo convertirnos en animadoras durante los recreos de todo un trimestre, y con profesores que nos dijeron que podíamos ser lo que quisiéramos en la etapa en la que una de nosotras quiso convertirse en torera (fue una fase pasajera). Esta historia sigue con el 250 aniversario de Mozart, que celebramos como si fuese el cumpleaños más importante de nuestra vida (¡fuimos jóvenes divulgadoras en la Feria de las Ciencias de Sevilla!) y con cientos de horas del himno de Andalucía ensayado con las flautas. Luego llegó el triunfo de María Isabel y nos dejaron parar una clase de inglés para hacer la coreografía completa de “Antes Muerta que Sencilla” (sí, así de viejas somos) y cuando quisimos innovar en los géneros musicales y bailar una canción de reggaetón fuimos censuradas -los más visionarios de su tiempo también lo fueron-. Al crecer, el maestro Jesús llegó con la loca idea de hacernos sentir hippies convirtiendo Imagine en el himno de nuestra infancia o transformando un trozo de tierra baldía en un huerto en el que, a pesar de que sudamos la gota gorda, cultivamos y recogimos con amor hortalizas y frutas que nos enseñaron a apreciar el trabajo bien hecho y la felicidad de las cosas simples (aunque solo recogiéramos patatas pequeñitas).
Pero lo más importante que nos llevamos del colegio San Mateo es la historia que seguimos escribiendo hoy estas siete niñas que ahora, a pesar de que han pasado 20 años, están más unidas que nunca.
Carmen Caraballo
Myriam Seda
Zuleica Saravia
Alba Guillén
Marina Díaz
Aída Galindo
Celia Díaz